Una
Buena Historia de Rugby por
Jacinto Antón |
Cada año Por estas
fechas, tiempo de Seis Naciones, me acerco
al campo de La Foixarda a ejecutar una ceremonia.
Me coloco sobre la línea de marca más
alejada, con mi vieja camiseta con el número
14 en una mano y una antología de Tennyson
en la otra: miro hacia lo alto, hacia el extremo
de los palos de meta... y leo los versos de
"La carga de la brigada ligera"
...Media legua,
media legua, media legua adelante,
En el valle de la muerte.
Cabalgaban los seiscientos (…)
O, the wild charge they made.
Luego cojo un poco de tierra y hierba y aspiro
el olor a gloria. Procuro que no me vea nadie.
El rugby, gran deporte, Barry John, Lescarboura,
la Santboiana, yo mismo. Siempre que me preguntan
por que fui jugador de rugby contesto que
por miedo. Tenía miedo de ser un cobarde.
Era como el Harry Feversham de Las cuatro
plumas, necesitaba probar de que pasta estaba
hecho. Me apunté a la sección
de rugby del Club Natación Barcelona
porque me pillaba más cerca que Jartum.Los
compañeros eran gente estupenda. Muy
grandes y fuertes. Poseían músculos
donde yo ignoraba que existiesen. Nos entrenábamos
en el viejo estadio de Montjuich y allí
dábamos vueltas y vueltas al trote.
Componíamos una horda abigarrada envuelta
en efluvios de sudor de la que brotaba una
melopea de jadeos, toses y escupitajos, punteada
por sonoras ventosidades.
Todo era viril y rudo, con bromas cariñosas
estilo “anoche me folle a tu hermana”.
Me hacía pensar en Homero y Carlyle.Me
dieron el puesto de Tres Cuartos Ala porque
corría mucho. La verdad, yo corría
para huir y es cierto que resultaba difícil
pescarme. Cogía el balón, ponía
la mente en blanco y me iba directo hacía
el infinito. Resulto que esa era, exactamente,
la misión del tres cuartos ala. Sobretodo
si corría en la dirección adecuada.Empecé
a jugar partidos. Un partido de rugby no se
parece a nada. A nada deportivo.
Es como una guerra tribal. En el vestuario
no hay efusiones alegres. Se reparten las
camisetas a los que van a jugar como si se
distribuyesen armas ante un ataque mohawk.
Flota en el aire un aroma de linimento Sloane
y Reflex. No hay otro perfume tan embriagador
-aun hoy, a veces, me unto todo yo en casa
para recordar- Al salir hacia el campo, las
botas de altos tacos metálicos resuenan
como grebas de bronce de una tropa de hoplitas.
Miras al rival evaluando sus fuerzas y procurando
amedrentarlo con tu aspecto, ¡uh! Los
del BUC ejecutaban un remedo de la danza guerrera
de los All Blacks.
El instante antes de que empiece el partido
es inenarrable. Ahí delante hay 15
tipos que van a ir a por ti sin misericordia.
Y están cachas.Viví muchas experiencias
impagables en los campos de rugby (y en los
bares del Tercer Tiempo). En Montjuich estuve
a punto de morir ahogado: llovía a
mares: cometí el error de involucrarme
en la melé, caí y 16 delanteros
se desplomaron sobre mí Con la cara
hundida en el barro pasé un minuto
interminable hasta que me sacaron de la pila
de cuerpos, boqueando. Me dijeron que no parecía
humano.
En un partido de exhibición –
de ellos- contra un equipo de los Pumas Argentinos
un pilier de 2 metros y cien kilos se escapó.
Sólo yo me interponía entre
él y el ensayo. El suelo parecía
temblar: eran mis piernas. Oí a Conrad:
“El hombre nació cobarde, es
una dificultad”. Pensé en apartarme,
siempre me quedará Patusan. Pero no
me aparte, no señor. El choque fue
terrible. El puma me partió una muela
con la rodilla. Pero cayó como un gran
telamón, con un gran estrépito
sobre el áspero polvo.Yo iba de heroicidad
en heroicidad, de castaña en castaña.
Y llegó el día. Fue en la Fuxarda,
el Twickenam local. Contra el Cornellá.
Ya había hecho un par de placajes.
Vi que el Gatito, nuestro medio mele, se escapaba
y me fui tras él. En el momento en
el que le placaban grité y con un hermoso
giro mientras caía me pasó el
balón. Lo atrapé alargando las
manos y lo apreté contra mi regazo,
notando el tacto del cuero, las costuras,
el aroma. Corrí como nunca he vuelto
a hacerlo, oía cuerpos caer a mi espalda.
Cruce la línea de 22. Y de repente
vi la línea de marca. Blanca, alcanzable.
Salté. Y ensayé. La hierba estaba
fresca, la tierra húmeda. Oí
el silbato del árbitro y el grito del
equipo. Lo había hecho.Hace mucho que
dejé el rugby activo. Me ha quedado
el impulso de tirarme a las piernas de la
gente y una avidez irracional por las formas
ovaladas.
El coraje... bien, ser capaz de que te rompan
la boca y traspasar una línea en el
suelo quizás no pruebe nada. pero,
me digo, yo estuve allí y lo hice.
Y cuando llega el tiempo del Seis Naciones
y el viento trae un atisbo de primavera vuelvo
a sentir la llamada de la Foixarda y de la
gloria: "¡'Oh, que salvaje carga
hicieron!".
Nota: Article aparegut en el El Periodico
de Cataluya el 22 de març de 1996.
Autor: Jacinto Antón