Tengo 48 años y el rugby ha estado presente desde que tenía 10 años, es decir prácticamente las ¾ partes de mi vida.
Al principio lo practiqué como jugador, luego como entrenador y seguí como alentador al costado de la cancha y ahora nuevamente lo hago como “jugador” y padre de jugadores y hasta un referee, que viene un poco a lavar la imagen de criticadores que tenemos en nuestra familia. También este año me puse a referear, permitiendo que otros se acuerden sanamente de mis familiares. Y por eso no me voy a enoja porque sé que lo hacen cariñosamente.
Cuando les cuento a muchos que sigo jugando, primero se sorprenden, me miran como mirarían a un loco y me preguntan por qué lo hago. Siempre doy la misma respuesta y es porque me gusta, pero ¿saben qué? Se lo voy a tener que preguntar a mi Analista –si es que algún día voy a visitar a alguno, gracias a Dios este deporte me mantiene lejos de ellos–, o a mi almohada esta noche.
Tengo mil y una razones para responder a esta pregunta y por ahí ninguna me puede llegar a convencer, en definitiva no se porque sigo jugando. No me gusta golpearme o que me golpeen; no me gusta que me tackleen; tengo pánico cuando viene alguien a chocarme y lo tengo que tacklear; cuando corro con la pelota y siento los pasos de un contrario atrás mío, tengo terror de que me agarre y me revolee o bien que me tacklée y caiga mal; cuando voy a chocar tengo miedo de poner mal el hombro y sacármelo o que me bajen y chocar feo contra el piso; corro dos metros y ya no doy más y por más que ago esfuerzo, el aire ya no entra como antes; terminan los partidos y me duele desde la uña del dedo gordo del pie hasta el ultimo pelo que habitan todavía en mi colosal cabeza.
Entonces, creo que se preguntarán por qué sigo jugando. Es más, leyendo lo que escribí, yo también me lo pregunto y, en realidad me gustaría saberlo.
Lo único cierto de todo esto es que cada vez que llega el día del partido, la adrenalina comienza a fluir desde el preciso momento de armar el bolso. Siempre me falta algo del equipo, que un hijo mío secuestró “involuntariamente”, por lo que tengo que buscar en forma urgente algún sustituto, por supuesto en no muy buen estado, pero no queda otra que tomar mucho agua y comer mucho ajo......
Para ir tomándole el gusto a la ocasión, tratamos de viajar en grupo y encontrarnos un rato antes en el club donde se disputará el partido y comenzar a vivir el encuentro, contando y rememorando historias y jugadas de otros cotejos y cosas que nos pasan, lo que nos va poniendo en clima y nos va preparando para cuando llegue el instante anhelado.
De repente llega el momento mágico, el que todos estamos esperando ansiosamente, que se dispara con solo 3 palabras “Todos a cambiarse” y allí enfilamos todos, bolsos en mano, hacia el vestuario para iniciar el ritual donde uno no sólo se cambia, sino que se prepara mental y físicamente para la hora de la verdad. Aparecen además los olores típicos que identifican a estos lugares, olores provenientes no sólo de pomadas y ungüentos que nos colocamos en las diferentes partes del cuerpo, sino que además salen a relucir todo tipo de elixires y pócimas que harían avergonzar a la culandera más pintada.
En ese momento en que se puede decir que realmente comienza el partido. Uno va viendo cómo sus compañeros se van transformando, cómo se van metiendo en la contienda próxima a iniciarse, cómo va apareciendo esa llama, ese fuego en sus ojos y en su espíritu que va transformando a cada uno en una unidad, en un bloque, en un cuerpo.
Eso es justamente lo que a uno empuja a entrar a una cancha, a dar todo por el compañero, a dar todo por el amigo. Eso es lo que hace que, a pesar del miedo que uno tenga por tacklear al contrario, por lo menos haga el intento de frenarlo, aunque no consiga voltearlo. Es lo que permite que uno trate de llegar a cubrir los lugares donde vea que haga falta gente, a ir a chocar con un alma y vida aunque nos cueste, a correr hasta no dar más, a revolcarse por ir a buscar una pelota perdida, aunque el piso sea lija. Todos sabemos que si fallamos, no nos fallamos solamente a nosotros, sino le fallamos al resto y eso justamente nos da fuerza para ir hacia delante, para sacar la cara por el otro.
También es cierto que sigo jugando por otra razón, que es por ahí la esencia de esta etapa del juego y que gracias a Dios, por más que algún día no esté en condiciones de entrar a una cancha, sí voy a estar preparado para disfrutarla y es el Tercer Tiempo. A todo esto, me informan que el mismo va a comenzar y que tengo una cerveza bien fría a mi disposición, por lo que, queridos amigos, los invito a seguir charlando allí, con la convicción de que en donde haya una ovalada de por medio, habrá amistad, habrá vida, habrá chupi que por seguir dándole a la cháchara se está calentando.
Por Lucas Baeck
Extractado de la revista entregada en el Encuentro Nacional de Veteranos de Rugby de Tucumán 2006. Artículo escrito por un gran amigo mío Lucas ”Monseñor” Baeck. Amigo desde el anonimato por mail y a quien gracias a Dios a partir de este Nacional pude personalmente y cargados mutuamente de emoción, abrazar y vernos las caras. Esto...........esto es parte del Rugby................................
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