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01.09.2005
Muerdan el Terreno...


Muerdan el terreno o se catapulten hacia las estrellas, se aferren a las piernas del rival o realicen acrobacias audaces, los jugadores de rugby convierten cada partido en una fiesta. Y esta fiesta, este placer, estas sensaciones implican una cierta visión del hombre.

El rugby es una fiesta y una religión. Los apasionados del rugby hablan de este deporte en idénticos términos: "Es un juego increíble, pero al mismo tiempo una ocasión para reencontrarse".

Junto al pub, el rugby -dos fenómenos estrechamente unidos entre sí- constituye uno de los cimientos más sólidos de la sociedad británica.

"Ser o no ser rugbier, ésta es la cuestión", asegura un minero jubilado y pilar del equipo de British Coal. Cuestión que es una afirmación rotunda, porque -sigue diciendo- "se puede nacer rugbier como se puede nacer inglés, francés o español". El rugbier no se circunscribe por eso a una actividad deportiva, apasionante aunque limitada; es un destino, determina toda la existencia.


"Este don -subraya el antiguo minero- se hereda o bien se adquiere en virtud de un privilegio inexplicable. Como la gracia, este don lo tienen sólo algunos elegidos. El mundo se divide en dos: los que son rugbiers y los que no lo son".

Esta especie de documento de identidad, condiciona toda la vida. En el pub, en el instituto, en el trabajo se habla de rugby como de un amigo entrañable. Ser rugbier es también cultivar religiosamente esta herencia. Centenares de ancianos, en todo el territorio británico retirados desde hace muchos años de las competiciones, renuevan su licencia, porque no conciben un lugar para hacer ejercicios físicos distinto del campo de rugby. Los irlandeses aseguran que sólo aceptarán la unción de los enfermos si el cura lleva la forma sagrada en una mano y en la otra un balón oval de rugby.

"La fiesta -ha dicho Pierre Sansot, profesor francés de Antropología en Montpellier- es el encuentro de un grupo en torno a una acción fundamental, que roza los confines de lo sagrado, el trasfondo de la condición humana, en donde no tiene cabida la tristeza, sino al contrario el éxtasis, la exaltación, el trance, la inversión de valores, la huida de la vida cotidiana. Para conseguir esta intensidad emocional, se pasa generalmente por un ritual, por una liturgia precisa que no aliena al individuo, porque se adhiere desde el fondo de su corazón. El rugby en estos últimos encuentros es el paradigma de esta definición de fiesta".

Para un sargento de la policía, jugador de rugby, el "rugby es la vida elevada a quince". O lo que es lo mismo, una existencia que late quince veces, porque con el quince se designa al equipo que practica este deporte. Todos los amantes del rugby se apasionan con él precisamente porque es el deporte colectivo por excelencia.

Una prueba de ello es que cuando un jugador convierte un try no se exalta como un futbolista al marcar un gol: el jugador sonríe modestamente, antes de dirigirse al centro del campo y dar las gracias a sus compañeros, sin los cuales no hubiera podido apoyar la pelota en el ingoal. Sobre un césped de rugby no hay héroes; sólo dos equipos.

"Este deporte -confiesa un jugador del equipo del banco Barclays- exige una fe ciega en los compañeros. El jugador que se lanza con su cuerpo sobre el balón sabe que al segundo siguiente todo el equipo va a ayudarle. En caso contrario, se dejaría pisotear".

En los partidos de rugby se producen frecuentes incidentes. Nadie discute que el rugby es un arte de vivir, pero algunos, sin embargo, lo consideran un deporte violento. Es indudable que se trata de un deporte de combate más que de contacto. Cuando se tiene derecho a chocar, agarrar, derribar, se trata evidentemente de un combate, aunque tenga unas reglas que hay que respetar.

Todo lo que autoriza el rugby podría parecer, en otras circunstancias, el preludio de una pelea callejera. Sin embargo, sobre el terreno de juego adquiere otro significado: existe no como una agresión, sino como una manera de avanzar hacia el campo contrario. No hay que perder nunca de vista la dimensión lúdica del rugby. Precisamente por ello "no es un deporte para cualquiera", asegura el comandante mayor, jugador del Welsh Guards.

La "gran familia del rugby" constituye una especie de casta reservada a hombres responsables de sus actos, capaces de distinguir el juego en lo que tiene de arbitrariedad y de realidad. No hay hordas de hinchas, ansiosos de venganza y violencia, porque los
seguidores pertenecen a la "gran familia".

Por eso todos los jugadores se someten a un duro entrenamiento.
Desde luego, para estar en perfecta forma física, pero sobre todo para aprender y perfeccionar este arte de vivir y de comportarse.
Todos estudian o trabajan, y muchos de ellos en condiciones muy difíciles, pero sacrifican también su tiempo para los entrenamientos semanales con mucha seriedad, respeto y entusiasmo, porque saben que son jugadores de rugby, y poseen y asumen toda la herencia inherente al modelo de vida que han elegido.

La superación de los jugadores de rugby no tiene otra finalidad que lograr descubrir en sí misma los repliegues más recónditos. Los jugadores dan cauce simplemente a las nociones de valor y de alegría, de libertad, que se adecuan perfectamente a este deporte de combate y de grandes vuelos, amasado de quimera y tradición.

Antes de celebrarse cada Versity Match, ineludible encuentro anual que enfrenta a Oxford y a Cambridge, el entrenador dice a sus jugadores: "¡Muchachos, van a ir a donde no va nadie, a donde sólo van los elegidos que lo desean. Es el gran encuentro con nosotros mismos...La búsqueda suprema...!"
Revista Rugby Action, Inglaterra
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