28.06.2005 | 15:04
El día después, cuando jugadores, entrenadores, referees, asistentes y dirigentes vuelven a sus lugares de origen, es lo que hoy debiera inundar nuestras mentes.
Ya me lo había hecho ver Daniel Graco cuando en Durban, previo a la presentación del equipo argentino de M19 ante Rumania, partido que finalmente perdió, que todos esos chicos habían vivido una experiencia muy importante en sus vidas, pero que lamentablemente era sólo un sueño, ya que después de haber pasado un mes jugando y preparándose a un nivel casi profesional, volverían a sus clubes donde probablemente no tuvieran ni una venda, pero mucho peor, tampoco quien los contenga.
Esta definición implica derechamente que todos estos, el mundial M21 incluido, son esfuerzos aislados, muy útiles para el anecdotario popular, si el rugby argentino no se decide actuar.
He usado la palabra rugby argentino para representar la totalidad de los integrantes del deporte, ya que no es solamente un problema de los dirigentes.
Es terreno común culpar de todo a los dirigentes, pero no hay que olvidarse que los dirigentes tampoco son profesionales, y que la mayoría viven de otra actividad, a la que, juntamente a la familia, le roban el tiempo que dedican a esa función. Y que no me digan que los dirigentes sólo pueden ser los que tienen dinero o no hacen otra cosa, porque entonces la discusión pierde sentido.
El tema del profesionalismo no es un tema menor. Reconozco que sus aristas son todavía filosas. Pero no me resulta razonable ni lógico oponerse a la realidad. La realidad es algo que uno puede modificar pero de ninguna manera negar. Y está ahí.
Los países que lideran este deporte a nivel mundial, han desarrollado súper estructuras, durante los diez años que transcurrieron desde que el juego fue declarado abierto, eufemismo que permite que los profesionales puedan jugarlo.
Argentina ha podido mantenerse al alcance de estas potencias a nivel mundial solamente porque TIENE JUGADORES PROFESIONALES QUE JUEGAN EN OTROS PAÍSES.
Lamentablemente no sólo por la falta de visión sino que también por las sucesivas crisis que azotan a nuestro país, no se ha dado la oportunidad que haya una competencia local o regional de cierta jerarquía dentro de la cual nuestros mejores jugadores puedan desarrollarse a nivel profesional, incluso como opción de vida.
En su lugar consentimos que más de quinientos jugadores argentinos se desempeñen en Europa, un pequeño grupo de ellos al máximo nivel, pero la gran mayoría haciéndolo en condiciones inadmisibles. Y lo que es peor, como consecuencia de esta incapacidad manifiesta para contener a nuestros jóvenes deportistas, debemos ser mudos testigos de cómo un grupo de ellos, jugando para otro país en su propia tierra, derrote a nuestro seleccionado mayor.
Creo que la discusión escapa al terreno común de profesionalismo/no profesionalismo, tengo la certeza que es sentido común/no sentido común.
Ricardo Bordcoch - titular de la CONSUR