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Números de la Copa del Mundo 2003. Chris Thau
 
Un Mundial con 20 equipos de distintos estándares, niveles de desarrollo, aspiraciones – jugando 48 test-matches en cinco semanas – es un interesante muestrario de lo que es el rugby, y además ofrece a los estudiosos una oportunidad ideal de identificar y estudiar tendencias.

Por ello, después de cada Mundial el Centro de Análisis del Juego del IRB produce un estudio que junto al análisis individual de cada uno de los partidos provisto por Unisys es la base de esta nota. Cabe recordar que cada cuatro años el IRB usa a RWC para ver donde está el rugby, organizando una Conferencia del Juego después de cada torneo. Por ello, ¿cuánto evolucionó el rugby en los cuatro años desde el Mundial anterior? ¿Qué nos dijo el 5º Mundial del estado del rugby? ¿Se mantuvieron las tendencias identificadas en 1995, el último Mundial amateur?

Los primeros intentos por identificar y cuantificar patrones de juego comenzaron a principios de los 90s cuando el Dr. Keith Lyons, entonces a cargo del Centro de Análisis en la University of Wales Institute Cardiff – UWIC, junto a sus asistentes Alun Carter y Gareth Potter, comenzó a diseminar el rugby en sus partes componentes. En 1995, poco después del Mundial, Lyons, Carter y Potter, con la ayuda del ex referí internacional Corris Thomas, publicaron una serie de estudios por demás pioneros sobre el torneo. El Análisis del Juego del Rugby, llamado entonces Análisis Estadístico, había nacido. Podía entregar un limitado, aunque objetivo y desafiante análisis de ciertos aspectos del rugby que hasta entonces eran materia de debate emocional – esto fue algo realmente revolucionario.

Recuerdo que el tiempo “del balón en juego” me llamó la atención ya que el tema del manejo del tiempo salía a la luz por primera vez. Comparado a RWC 1991, el promedio de tiempo del balón en juego creció en casi diez minutos (8m 31s) en el 2003, un destacable incremento de casi 35%. El crecimiento fue bastante parejo durante los tres ciclos de cuatro años: de 24m 48s (31%) en 1991, subió a 26m 43s (33%) en 1995, luego a 30m 35s (38%) en 1999 y finalmente a 33m 17s (42%) en 2003. Cabe destacar que sólo cuatro de 48 partidos en RWC 2003 “cayeron” debajo de los 30 minutos de tiempo del b alón en juego (los cuatro promediaron más de 29 minutos) – Irlanda v Rumania tiene la mejor marca, en 1999, con 37m 57s. Hubo otros dos partidos que superaron la barrera mágica de los 37 minutos – el apasionante Inglaterra v Samoa (37m 32s) y el partido clave Inglaterra v Sudáfrica (37m 02s). El ya clásico Nueva Zelandia v Gales quedó muy cerca con 36m 58s. Y esto es sólo la punta del iceberg.

De pronto, gracias al análisis por video y la evaluación estadística, el juego reveló algunos de sus secretos ocultos. Mas significativo aún, la computación estadística de todos los partidos jugados en un período de cuatro años le dio al IRB, quien escribe las reglas, una herramienta sin igual para monitorear las tendencias en el rugby y los efectos de los cambios de reglas y sus variaciones experimentales.

Ahora el Centro para el Análisis del Juego, a cargo de Corris Thomas, le da a la entidad valiosa “inteligencia” sobre el juego y la forma en que operan las leyes. En definitiva, es claro que el rugby en su conjunto es una madeja de equilibrio legal y responderá a cualquier cambio de reglamentación – al margen de su sugerido propósito y significado percibido – de manera algo tempestuosa. Por ello quien hace las reglas tiene en su visión no ser proclive a las modificaciones reglamentarias.

“Fundamentalmente no hay nada malo con el juego hoy,” dijo el Presidente del IRB, Dr. Syd Millar. Millar, ex pilar internacional de Irlanda y los British Lions, lideró el influyente Comité Técnico del IRB durante más de una década. “La situación del tackle necesita ser más prolija y algunos aspectos en el centro de la cancha ajustarse, pero en esencia el rugby goza de buena salud,” agregó. De hecho, el análisis subjetivo de los 48 partidos del Mundial y el estudio estadístico tienden a sostener esta afirmación. Los parámetros del juego parecen haberse estabilizado.

En una especie de poético acto de justicia, el capítulo final del debate “revisionista” de mediados de los ’90 sobre el valor del scrum en el contexto del juego se escribió en el césped del Telstra Stadium de Sydney el pasado noviembre. Y en cierta medida, el triunfo de Inglaterra volvió a enfatizar algunas de las clásicas virtudes del rugby, entre ellas el scrum como una formación fundamental del juego.

Es interesante notar que la incidencia del scrum casi no varió desde 1999. Hubo, en promedio, 21 scrums por partido en RWC 2003 y 22 en RWC 1999 – esto desde los días de 1991 (37 scrums por partido) y 1995 (27). A pesar del debate, la cantidad no varió lo que sugiere que el juego se estableció en un patrón de juego general o que las estadísticas no son reales, lo que requiere otro tipo de escrutinio.

El status quo pareciera cambiar levemente en el lineout – la otra principal fuente de obtención primaria y desde donde se marcan el 30% de los tries – aunque las razones no están claras. Entre 1991 y 1995 durante la llamada Moratoria a las Reglas (no hubo alteración de las mismas) el promedio de lineouts por partido se mantuvo relativamente constante – 38 en RWC 1991 y 37 en RWC 1995.

En 1999, por entonces ya se permitía levantar y casi invariablemente el balón pasó a ser propiedad del equipo que lo introducía, el promedio de lineouts por partido cayó en casi 30%, a 30 por partido. Las interesantes estadísticas provistas por Corris Thomas sugieren que la tendencia está cambiando levemente, y el lineout recupera su “status” al subir el promedio un 10% de 30 a 33 lines por partido. ¿Tendrá algo que ver con la renovada confianza de los equipos en defensa, más proclives a pelear el line y hasta a ganarlo?

Pero el rugby es un juego “raro”, ¡como venimos diciendo desde hace años! Tan pronto como pensamos que hemos encontrado respuesta a las eternas dudas del juego se genera una especie de información no “convencional” que nos hace pensar. Uno de los aspectos fascinantes de las estadísticas de partidos es que sólo cuentan parte de la historia, sin importar cuan reveladoras o precisas sean.

Lo que las estadísticas no dicen es como los partidos pueden ganarse o perderse de repente por un mal pique del balón o un momento de inspiración divina; como se patean los drops bajo presión para ganar partidos, como se quiebra la línea con un preciso cambio de paso, como un sutil pase dado en el momento justo marca la diferencia entre apoyar un try o no, como los jugadores pequeños pueden robarle el balón a los más grandes en el lineout, como tackles de esos que duelen hasta la medula pueden generar la recuperación de la pelota y dejar marcas sicológicas en el rival, como una lesión a un jugador clave puede tirar por la borda el plan de juego, etcétera, etcétera.

En otras palabras, el mejor y más exhaustivo análisis de un partido no permite tomar en cuanta los factores cualitativos y de personalidad que hacen del rugby un deporte tan apasionante. ¿Cómo podría uno medir la sangre fría de Jonny Wilkinson, el explosivo amague de Shane Williams, el indestructible espíritu de Keven Mealamu o las dotes de líder de Martin Johnson? El partido con mejor “costo por entrada” de RWC 2003, Irlanda v Rumania, ilustra tanto el valor como las limitaciones del análisis estadístico.

El resultado – Irlanda 45 Rumania 17 (5 tries a 2) – sugiere que fue una aplastante victoria irlandesa. Pero varias de las estadísticas dan otra versión. La posesión fue pareja, 50/50, Rumania dominó territorialmente 66% contra el 34% de Irlanda y estuvo más tiempo en los 22 metros del rival (9 minutos contra 5 de Irlanda). Los rumanos jugaron un rugby más dinámico con 81 rucks y mauls (Irlanda 59) mientras que los aperturas tocaron casi igual cantidad de balones – 45 el rumano, 42 el irlandés. El apertura de Rumania corrió con el balón cuatro veces (9%) contra las cinco de su rival (12%); el rumano pasó el balón 26 veces (58%) y el irlandés 16 veces (38%) y así sucesivamente. Los dos equipos cometieron casi la misma cantidad de infracciones – 13 de Irlanda y 12 de Rumania, de los cuales cuatro patearon a los postes.

Allí se acaban las similitudes. El apertura irlandés David Humphreys convirtió los cuatro penales (100%) mientras que Ionut Tofan sólo uno de cuatro (25%). Irlanda obtuvo sus 13 lineouts y robó dos de los 19 envíos rumanos.

Por lo visto, queda claro que el plan de juego rumano incluía buscar el error irlandés, y funcionó; sucede que los rumanos no pudieron implementar la segunda parte de este plan, que era la defensa. La estadística más significativa del partido tiene que ver con los quiebres de la línea defensiva – 8 quiebres irlandeses (cinco tries) a dos quiebres rumanos (dos tries). El tackle fue un aspecto negativo de los rumanos, completando sólo 85 de los 124 tackles (69%).

Por su parte, Irlanda absorbió la presión con mayor aplomo, tackleando el 83% (94/113) – pudieron generar quiebres eficientemente en un partido que ganaron con mucha mayor dificultad que lo que indican el tanteador y las estadísticas.

Significativamente, el promedio de penales y free-kicks otorgados cayó de 29 en 1999 a 24 en el 2003 – una reducción del 20%. Esto se cancela con el crecimiento del 20% entre 1995 y 1999, al que se llegó por un llamado del IRB a los referís en lo que fue el primer Mundial profesional para que fueran más estricto en temas de disciplina. El número total de penales y free-kicks creció de 32 a 41. La caída en la cantidad en 2003 es prueba de que esta actitud disciplinaria surtió efecto y el deporte se está afianzando en 22 a 25 penales por partido.

Dividiendo la cantidad de penales que concedió cada país participante se revela una situación sorprendente. Extrañamente Gales parece liderar la escala del horror con 72 penales en cinco partidos seguido por Irlanda con 67; también sorprende que Argentina, con 34 penales concedidos en cuatro partidos, sea el equipo más disciplinado.

El promedio de penales por partido tiene a Gales y Georgia al frente con 14,5 penales / partido cada uno. Una revisión más refinada sugerida por Corris Thomas toma en consideración la proporción de penales concedidos por un equipo en todos sus partidos en comparación con los de sus rivales. Esto, argumenta el analista del IRB, toma en cuenta tantos la cantidad de penales y el estilo del arbitraje, que también debe considerarse. Usando el método de Thomas, se confirma que Argentina fue el equipo más disciplinado con el 41%, seguido por Samoa con el 42% y Canadá con el 43% mientras que Rumania con el 59% fue el más sancionado, seguido por Georgia 57%, Italia 56% y Gales e Irlanda con 55% cada uno.

Según los números de Thomas, el 46% de los penales se cobraron por infracciones en el piso a partir de una situación de ruck/tackle, mientras que el off-side quedó a un distante segundo lugar con 19%. El scrum sigue siendo muy penalizado (13%) pero el lineout ya no es la batalla ilegal que solía ser puesto que los penales generados allí bajaron hasta el 4%.

La buena noticia es que mejoró la disciplina y no se mostraron tarjetas rojas durante los 48 partidos del Mundial. Hubo 28 tarjetas amarillas en 20 partidos, lo que significa que en el 60% de los partidos (28) no hubo jugadores sancionados con el sin bin. Quince tarjetas amarillas fueron presentadas por ofensas técnicas mientras que las restantes 13 fueron por juego sucio (3) y tackle peligroso (10). Cuatro equipos – Australia, Irlanda, Japón y Uruguay – no recibieron tarjetas mientras que Francia recibió cinco en siete partidos y Tonga tuvo cuatro en igual cantidad de partidos.

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