Un mandoble que dejó helados y sin palabras a todos. Ocurre que se iba un Maestro en serio. Un referente no sólo por sus asombrosos conocimientos del juego, sino por ser un estandarte en la defensa y práctica de los valores de este deporte. Y de la vida, claro. Podría decirse que ese día el rugby argentino se quedó huerfano junto a los cuatro pequeños hijos del matrimonio, Mercedes, Joaquín, Santiago y Francisco.
Veco fue, como lo definió aquí en un comentario José Javier Tito Fernández, incomparable. Apasionado por la técnica; sabio del scrum; cultor del fair-play y de los principios del amateurismo; sumamente bondadoso para ir a dar una mano donde se lo requiriera; duro en sus conceptos pero nunca apelando a la descalificación, incluso con sus enemigos; paciente para escuchar; dispuesto siempre a enseñar.
Murió muy joven. A los 42 años. Y, como no podía ser de otra manera, iba a ayudar con el rugby, en ese caso al combinado de Provincias Argentinas que se alistaba para enfrentar a la poderosa Francia de ese entonces.
Nació el 9 de febrero de 1946 en Corrientes y se recibió de ingeniero industrial en 1974. Pero su oficio era el rugby. Como jugador, en Liceo Miltar, donde conoció a su maestro, Francisco Catamarca Ocampo, el mentor del empuje coordinado (conocido también como bajadita) en el scrum. Veco jugaba de pilar, fue capitán en 1966 y logró el título de Tercera en el 69, cuando colgó los botines para empezar a marcar una época.
Con su llegada al SIC, y junto a Emilio Gringo Perasso, revolucionó el juego en la Argentina. Y generó, como siempre en este país, dos líneas divisorias que, lamentablemente, continuaron hasta su muerte. El equipo de Boulogne consiguió cuatro títulos consecutivos y en 1974 ambos son designados como entrenadores de Los Pumas, que juegan una fantástica serie contra Francia, en Ferro. A fin de ese año los desplazan. No querían que el seleccionado tuviese tantos jugadores del SIC…
En 1976, con Carlos Contepomi como manager, Veco y Perasso vuelven a Los Pumas. Queda en la memoria aquel fantástico test contra Gales en el Arms Park de Cardiff, perdido con un penal en la última pelota. Pero a fines del 77 la dirigencia le quita la capitanía a Arturo Rodríguez Jurado sabiendo que, ante ese hecho, los tres se iban a ir. Con ellos se fueron varios jugadores, luego injustamente sancionados.
Los galeses ya conocían a Veco de la gira que hizo el SIC en el 72. Habían quedado admirados con sus conocimientos. Mucho más en el 76. Como dijo alguien cercano a él, “les rompió la cabeza”. Tanto que fue el único extranjero invitado como expositor cuando en el 80 la Unión galesa celebró su centenario. Hay que ubicarse en el tiempo: en ese momento, Gales era el dueño del rugby a través de glorias como Gareth Edwards, Barry John, Phil Benett y JP Williams, entre otros. Y Argentina era un puntito en el mundo. Veco los maravilló. Es que en el juego estaba adelantado varios años al resto. Por eso fue elegido por todos los participantes para pronunciar el discurso de clausura. Ray Williams lo recordará en una nota que se publicará mañana en este blog. Aqui, en tanto, se lo discutía.
Colaboró con infinidad de equipos, clubes y seleccionados, como lo señaló ayer Rodolfo O’Reilly con Los Pumas. Escribió cientos de artículos y algunos de ellos siguen sirviéndole de guía al rugby argentino. Dio decenas de charlas y conferencias por todos los rincones del país y en el exterior.
Parafraseando al francés Rene Crabos, Veco definía al rugby en tres tiempos: “el primero, es el período que los jugadores le dedican al juego en la semana; el segundo, es el partido en si mismo; el tercero, el más importante de todos. Es el tiempo del reencuentro con los oponentes y el árbitro luego de la “batalla”. Es el tiempo del agradecimiento mutuo por haberse ayudado a disfrutar el juego”. Veco era un cultor, ante todo, del tercer tiempo.
Decía que el rugby no era un fin sino un medio para relacionarse, educar y educarse y disfrutar. Definía al rugby como “una actividad que va más allá que la de jugar en sí”. Y sobre el scrum, su pasión, afirmaba que allí “buscamos realmente la enseñanza de la acción en equipo, la enseñanza de que ninguno puede aflojar porque perjudica el trabajo de los demás”.
Veco llevaba estos principios a la vida. Nunca descalificaba, no recurría jamás al golpe bajo, no entraba en trenzas políticas y era capaz de quedarse horas y horas hablando de rugby con aquel que quisiera escucharlo.
Este periodista, que lamentablemente no tuvo mucho tiempo de disfrutarlo, puede aportar algunos datos. Cada vez que lo llamaba por teléfono para pedirle la formación del SIC (tiempos sin celulares ni computadoras) se quedaba al menos una hora escuchándolo hablar de cualquier tema. Veco no sólo opinaba; también preguntaba, poniéndose a la altura de uno que no le podía ni llevar el bolso. “Te vas a arrepentir de haber dejado de jugar”, me decía. Claro que tenía razón. Recuerdo que en una oportunidad me atreví a discutirle. Veco consideraba que el Mundial de 1987 no era tal porque no jugaba Sudáfrica. Yo le di mis motivos por los cuales creía que debía ser así. Al otro día lo encontré y seguimos la charla.
También supe de una vez que viajó en taxi hasta Hindú para ver un entrenamiento. En el camino, claro, le habló al chofer de rugby y éste le dijo que no sabía nada. ¿Qué hizo Veco? Le pidió que lo esperara y se quedó todo el entrenamiento explicándole el juego.
Su generosidad quizá tuvo uno de sus picos máximos cuando en 1987 lo llamaron desde CUBA para que fuera a dar una mano en el scrum. CUBA había sido uno de los clubes que más había resistido ideológicamente el empuje coordinado a comienzos de los 70. No le importó a Veco. Fue. A los pocos días, SIC recibió a CUBA. Nunca en mi vida vi ir tan para atrás al pack del SIC. En el entretiempo, Michingo O’Reilly se le acercó y le preguntó porqué no le decía al hooker que sacara la pata. Veco sólo lo miró, sonriente. CUBA ganó 32-0. ¿Hace falta agregar algo más? Joaquín Uriarte lo contará en estos días.
No se puede dejar de mencionar en esto que pretende ser una semblanza de Veco a Carlos Contepomi, Pomi, su gran amigo, el que junto a su familia, en un acto de amor poco frecuente, adoptó a los cuatro hijos de Veco y Maricha cuando la abuela de los chicos ya no podía seguir haciéndose cargo de la crianza. Tampoco a los que siguieron su huella, aunque a veces, cuando uno ve lo que pasa en el rugby, se lo extraña todavía más.
Una de las premisas del periodismo es no olvidar. Como cierre de esta nota que sin duda no alcanza, puede señalarse que la mejor forma de recordarlo a Veco Villegas es precisamente esa: recordarlo.