Como si tuviera amnesia de su pasado, el equipo del Ñandú no logra enderezar el rumbo. Los motivos por los que transita este camino son tan variados como complicados, que van desde lo político hasta lo netamente deportivo. Es un tema profundo.
Pero desde que empezó este proceso, las complicaciones se hicieron presentes, casi con asistencia perfecta. Muchos clubes se hicieron los desentendidos y no todos empujaron del mismo carro. En Rosario no se aprendió de experiencias pasadas y se cometen los mismos errores, acción que no hace otra cosa que condenar a repetir viejas equivocaciones.
La soberbia, la falta de humildad, de cooperación y la falta de interés por parte de algunos clubes influyó. Y repercute en la realidad de este seleccionado. Los jugadores y el cuerpo técnico no están al margen de todo esto, pero son ellos los primeros en poner la cara para recibir los cachetazos de semejante desidia.
Después vendrá el tiempo de los lamentos y de la falsa reflexión, esa que lleva a pensar (sólo un ratito) que hace más de cuarenta años que no se consigue el título mayor del rugby argentino.
Es cierto que hay muchos que hacen un tremendo esfuerzo, tan cierto como que a la postre ese sacrificio no alcanza, porque la desazón lentamente va ganando la pulseada. Y no hay apoyo, aunque suene paradójico en un deporte donde ese punto es tan característico como pasar la pelota hacia atrás.
Hasta que todo el rugby de Rosario no empuje para el mismo lado las consecuencias se repetirán una y otra vez y el seleccionado, que debería ser el estandarte, será un simple actor de reparto.
Es la hora de cambiar, de unir voluntades, de presentar proyectos y de crecer, para que Rosario ocupe el lugar de privilegio que supo tener. Es hora de un sinceramiento. Si como dicen los resultados, el seleccionado local es una de las selecciones más débiles de la Argentina, es hora de que los clubes fuertes se pongan a trabajar en serio. Es como dice Serrat "nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio".
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