Sin embargo, vaya paradoja, lograron una de las más claras victorias sobre el seleccionado de Rosario (40 a 11, diferencia de 29 puntos). Sólo fue superada por el 43-3 de 1988 (diferencia de 40), y el 56-21 de 1997 (+35), y aventajó por poco al 46-18 de 1990 (+28). Esto, tomando los 24 partidos que jugaron desde 1966.

Los números también hablan, y en este caso reflejan una de las mejores producciones de Tucumán en su historia. Pero en la cancha quedó la sensación de que se podía haber hecho mucho más, y de que algunas de las facetas del juego que estamos acostumbrados a ver no se desarrollaron bien.

Quizás se exige mucho, pero lo cierto es que se desaprovecharon muchas situaciones que, ante un rival más complicado, podrían costar caro. Los “naranjas” fueron claramente superiores en las formaciones, especialmente en el scrum, donde demolieron al pack rosarino.

Los delanteros se adueñaron de la pelota, y por afuera Gabriel Ascárate, Aníbal Terán y Lucas Barrera Oro buscaron quebrar la defensa rival. En el primer tiempo no les fue fácil.

Tucumán logró anotar en seis ocasiones. Cuatro tries llegaron a través del empuje de los delanteros (los dos del capitán Gabriel Pata Curello, el del pilar Felipe Bettolli y el try-penal), y en las dos restantes ocasiones con el despliegue de los backs (tries de Ascárate y Sebastián Ponce). Lo bueno fue que los dirigidos por Ricardo Le Fort y Alejandro Molinuevo intentaron jugar y utilizar variantes. Algunas veces no salieron.

¿Atenuantes? Quizás los nervios producidos por el “síndrome del primer partido”, tal vez el intenso calor... Lo cierto es que, a pesar de algunas objeciones de índole técnica, los “naranjas” aprobaron el primer examen. Y fue con goleada sobre un clásico rival como Rosario. Esto no fue poco.

Queda la certeza de que Tucumán tiene mucho más para dar. Como dicen los jugadores: “iremos paso a paso”. Que el próximo sea mucho mejor; no quedan dudas de que así será. Lo demostraron ayer: hay equipo.