Y como llegar hasta esta instancia costó esfuerzo, sudor, sacrificio, lágrimas y dejando todo en la cancha, Argentina intentó invertir sus últimos ahorros para adquirir el último pasaje, pero terminó pagando un precio inalcanzable, tanto que le debitaron más tries en un solo partido que en todo el torneo.
Pero a pesar de la dura cifra recibida, lo mejor es que el seleccionado argentino no quedó en deuda. Muy por el contrario. Este equipo vendió al mundo su coraje y su pasión por la camiseta y por el juego mismo y compró respeto, admiración y el protagonismo que tanto se merece. El negocio fue redondo, pero todavía queda una transacción más para cerrar caja.
Como cualquier grande -sin soberbia-, Los Pumas no se conformaban con estar entre los cuatro mejores. Es cierto que después de todo este camino recorrido, cada instancia cuesta más, y por eso mismo, absolutamente todos los integrantes del combinado nacional no aflojaron en ningún momento para dejar la preciada fortuna que habían logrado.
Pero enfrente estuvo un facturador implacable. Cada error se transformó en jugosas ganancias para los Springboks. Argentina apostó todo, se jugó el sueño de ser el mejor del mundo y lo pagó despertando con sus equivocaciones y desconcentraciones.
Agustín Pichot y toda esta camada exquisita de jugadores fundaron esta nueva empresa y se animaron a lidiar con los más poderosos. El negocio hoy funciona a la perfección, se mantiene en un mercado muy competitivo a pesar de las grandes desventajas de presupuesto y estructura. Argentina ofrece valores dentro y fuera de la cancha y por eso cotiza en alza.
Se ahorró en el pasado, se invierte en el presente y se acreditará en el futuro. Los Pumas crecieron y fueron generosos. Hay herencia y no sólo para los argentinos, porque como dijo el capitán “el rugby tiene que abrirse a todo el mundo.
No puede seguir siendo exclusividad de cuatro o cinco equipos”. Argentina demostró que se puede, que es posible cambiar las estructuras. Una inversión a corto y largo plazo.
Salieron con los ojos vidriosos de llorar pero caminaron con la frente alta; se los escuchó con la voz entrecortada, pero hablaron con orgullo; lamentaron los errores, pero celebraron su sacrificio. Perdieron el partido, pero ganaron respeto.
Los abrazos interminables entre los jugadores y también los integrantes del staff; el reconocimiento de Marcelo Loffreda a cada uno de sus dirigidos; el aplauso de toda la gente, el aguante de los argentinos que no se fueron cuando terminó el partido, al contrario, se quedaron y cantaron más que nunca. Nada es gratis, todo fue merecido.
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