Pero es hora de volver al trabajo, es momento de pensar en lo que viene y lo que vendrá.
Los triunfos deben festejarse, porque es parte de una buena preparación y el seleccionado argentino merecidamente tuvo el lunes para descansar y bajar un poco el ritmo frenético que traía.
No sólo por la ansiedad contenida, la adrenalina liberada y los nervios desatados, el día después y el paso del tiempo dan lugar a la reflexión, estimulan el análisis y otorgan un reconocimiento de las virtudes, pero también de los defectos a corregir.
La fase de clasificación fue perfecta. Los Pumas rindieron al máximo nivel, se mantuvieron durante más de tres semanas arriba y era lógico que un bajón anímico o simplemente una merma de concentración y rendimiento los afectara.
La ajustada victoria en cuartos de final, con su infartante desenlace, dejan en evidencia -como lo señaló el propio Marcelo Loffreda-, que el mayor adversario era la esperable curva descendente después de haber estado tanto tiempo en la ascendente.
Igual Los Pumas sacaron una vez más su garra y su espíritu de lucha. Defendieron a dientes apretados los laureles que supieron conseguir y no dejaron que el 15 del Cardo les pinchara el globo.
Aunque el sábado el hemisferio norte dio vuelta el mapa y dejó al mundo tal cual nos lo han presentado en las cartografías; y al otro día Fiji también dio indicios de sorpresa.
Entonces, la confianza decayó, los nervios se apoderaron de todos, jugadores y público pintaron un paisaje enrarecido, que sólo estalló en algarabía y delirio cuando sonó el pitazo final.
Argentina se sobrepuso a la presión extra de ser favorito y sacó adelante un triunfo trabajoso, muy difícil y merecidamente lo festejó.
Los Pumas tuvieron su descanso, disfrutaron en familia, repasaron y gozaron cada momento de su propia epopeya, pero ya volvieron al trabajo con la vista clavada en Sudáfrica.
Otra vez respiran y llenan sus pulmones de orgullo, humildad y perseverancia para seguir adelante. Faltan pocos días para las semifinales y Argentina vuelve a empezar.
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