20.07.2008 | 21:42
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Día del Amigo
Nuestro amigo Marcelo Mariosa nuevamente nos envía material, en esta oportunidad publicamos un cuento en relación a la amistad, en este 20 de julio, día del amigo.

Mi amigo Martín casi no jugó al rugby. Digamos que una tarde cualquiera pasó por el Club y vaya a saber uno por qué, si porque jugar al rugby te da status, te relaciona con gente o simplemente porque le llamó la atención. Martincito no tenía 8 o 9 años como muchos chiquitos que se acercan por curiosidad sino 17.

Asi que una buena tarde de sol o nublada, Martín se acercó al añoso rectángulo que copia los espacios de la vieja escuela de Rugby, y finalmente en un instante estaba corriendo con todos nosotros. Algunos clubes de rugby son medio especiales y nosotros, los de siempre, sabemos que es así y es inútil negarlo. Hagamos silenzio stampa al respecto pero no todos los clubes te aceptan así como así, sin preguntar mucho, sin verte jugar, sin saber nada de vos.

Martín nunca había jugado rugby, pero su historia de fútbol en un colegio de curas lo habilitaba para al menos patear posicionalmente si pudiera aprender, pasar la pelota lo más rápido posible y listo. Entonces, nuestro entrenador de aquella época no tuvo mejor idea que pararlo en el medio de la cancha, entre el medioscrum y el primer centro (antes de la época de izquierdo y derecho y cuando el primer centro era el 11, no como ahora) lo cual le otorgaba la calidad de apertura del equipo.

Los puristas del puesto de nuestro equipo (Pierre Sarkozy, Gabo María Demaría, el Gavilán, un poquito de Otero) dirán que con ese 'background' no alcanza para liderar estratégicamente un equipo de rugby pero mi abuela decía, con su proverbial ingenio y su enorme dulzura, que lo que hay es bueno, dejando en el aire que lo que no hay no existe. Entonces nuestro mejor apertura era aquél que se podía cambiar y jugar con nosotros.

Claro, no le podíamos pedir demasiado. Ni siquiera que pateara a los palos. El tipo pasaba y pasaba la pelota, algunas veces se topaba con su marca o algún tercera línea rival con muy poco éxito de sobrevida (o de conservación de la pelota) y asi fue pasando el año. Su marca registrada en el primer partido fue cuando algún forward lo encaró por el medio de la cancha y él, como buen nieto de españoles y espectador de tauromaquia, lo dejó pasar con una reverencia de un pase de manos en la plaza de toros de Valencia. De ahí le quedó el apodo, eterno, de Rata Cobarde. Y luego Rata.

Aquél año fue el único de rugby en su vida. Campeón en las cartas y de las bromas simples y las risas, dueño de un humor ácido y rápido, el rugby no era el deporte de su vida y se aferró al golf y a la natación, deportes que aún hoy a nuestra edad practica, sin penas y con algunas glorias.

Sin embargo seguimos siendo amigos. A lo largo de los años, en virtud de aquella relación a través del rugby, unidos por un hoy no tan viejo y sí muy querido entrenador que supo guiarnos en los albores del deporte, por la amistad del juego que practicamos, por el soporte que necesita cada jugador de algún compañero, seguimos siendo amigos.

El rugby no es la solución en la vida de nadie. Las malas personas no tienen mucho espacio pero alguna que otra siempre se cuela. Los egoístas no podrían ser parte de la fiesta y nunca llegan a sobresalir, pero alguno se cuela. El rugby es una enseñanza que suma a la vida misma, a la familia y a la persona en sí misma, y ayuda a sacar lo mejor de cada uno. Y el que se aleja, se pierde de esa fiesta continua que es el rugby en todo su contorno, ya sea jugando o ayudando, corriendo en alguna forma o brindando en el tercer tiempo.

Y mi amigo Martín, un gran tipo, fue parte de esa fiesta y es tan buen tipo que aunque no haya jugado mucho más que aquellos inolvidables, al menos para mí, 10 meses de rugby hace ya 30 años, sigue siendo un gran amigo cuya amistad se originó a través de una pelota ovalada. Y continua viva.

Como con ustedes.

Marcelo Mariosa

Producción RugbydeCuyo
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